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martes, 11 de enero de 2011

La batalla de Verdún


Si hablamos en términos de bajas, o de sufrimiento de los combatientes, la Batalla de Verdún probablemente esté en la lista de las batallas más terribles de la historia. El pequeño pueblo de Verdún descansa en un círculo de colinas, donde el principal camino a París cruza por el Río Meuse. Los alemanes tomaron ese paso tras un largo asedio en 1870, y diez años después ya se había convertido en un enclave fundamental de la nueva frontera franco-alemana.

A finales de 1915, los dirigentes del ejército alemán empezaron a centrar sus esperanzas ofensivas en este punto neurálgico. Pensaban que, en una posición muy favorable para que las tropas germanas estuvieran bien suplidas y apoyadas desde atrás, un ataque en Verdún haría que las tropas aliadas tuvieran que valerse de todo hombre disponible, de todo recurso capaces de movilizar, para defender la colina. Si no se conseguía tomar la ciudad, al menos se abrirían otros frentes y se asestaría al enemigo un golpe mortal, o eso pensaban los alemanes.

En efecto, el estado de las defensas de Verdún alarmó a la mayoría de los dirigentes del ejército francés. Muchos advirtieron que era del todo necesario reforzar la ciudad, y construir mejores defensas, pero el Comandante en Jefe francés Joffre desestimó unos consejos que él consideraba demasiado alarmistas.

El mal tiempo obligó a retrasar el ataque del Quinto Ejército Alemán, comandado por el Príncipe Guillermo, hasta el 21 de Febrero de 1916. Empezó el asedio con un bombardeo bien planeado, que golpeó tanto posiciones de suministros y transportes como a las agazapadas filas de infantería. Ahora sí, alarmado por el peligro de un éxito alemán, Joffre envió a Verdún a su Segundo Ejército, cuya comandancia recayó en un joven Philippe Pétain.

Pétain puso entonces en práctica una de sus características más pronunciadas como general: la de no arriesgar tontamente su mayor activo, las vidas humanas. Sus tropas le admiraban por ello, aunque solía recibir muchas críticas por pusilánime de los altos mandos militares. En esta ocasión, sin embargo, las tácticas conservadores de Pétain salvaron Verdún. Decidió no hacer más costosos contraataques, y empleó la artillería para mantener alejadas a las tropas enemigas. Tras muchos ataques y ofensivas de todos los tipos, los alemanes se vieron obligados a retroceder por el número ingente de bajas que sufrían en cada aproximación.

La superioridad aérea que poco a poco fueron consiguiendo los franceses, hizo finalmente inviable el triunfo alemán, cercado ya por tierra y por aire, y su retirada definitiva de Verdún. Pétain salió muy reforzado, y dadas las divisiones cada vez más graves entre los comandantes franceses, fue promovido a un puesto superior, y pudo empezar una fulgurante carrera militar y política.

Se calcula que a lo largo de varios meses de batalla, murieron en Verdún más de trescientos mil hombres. Aunque hubo más bajas francesas que alemanas, Verdún se convirtió pronto en un episodio heroico de la resistencia francesa, y el eslogan empleado por Pétain para arengar a sus tropas -¡no pasarán!-, en el símbolo de la defensa de toda una nación.

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